¿Perdonar?

¿He perdonado o tengo que perdonar aquellas personas que me han hecho daño?, aquellas que me han juzgado sin conocerme, aquellas que dicen que jamás cumpliré mis sueños ni seré nadie en la vida.

No seremos realmente humanos mientras tengamos odio por dentro, mientras estemos consumidos por enfado o amargura y guardemos rencores. El hecho es que estas emociones definen nuestra vida. Nos despojan de la plena y verdadera vida humana. Para la recuperación de todos aquellos que han sido brutalizados y deshumanizados, resulta fundamental que se deshagan de estas debilitantes emociones. Pero no basta dejarlas atrás; hay que indagar al mismo tiempo qué significa ser humano.

A veces me he preguntado, ¿A dónde se ha ido mi amargura y mi odio? ¿Será que han desaparecido porque he logrado salir adelante a pesar de lo ocurrido? Otras veces se me ocurre que mi odio y mi amargura han sido archivados en algún rincón de mi subconsciente, ahí donde se guardan los recuerdos malos…

Parece que soy yo la que ha tenido suerte. He logrado becas por aquí y por allá, cumplí uno de mis sueños que era tocar como solista en la Orquesta de Bellas Artes, soy mejor persona, ayudo a las demás personas y estoy bien con mi familia, que creo es lo más importante. De lo contrario, las víctimas quedarán condenadas a un infierno de constante tormento y amargura.

Ahora bien, ¿pueden ellos perdonar?, ¿están siquiera en condición de perdonar?. Más que perdonar lo que les hace falta es ser tratados, las disculpas por parte de la sociedad.

Sin embargo, perdonar no significa cruzarse de brazos e irse contento a casa. Significa, eso sí, que en el afán de recuperar la propia humanidad y los propios derechos se rechace todo sentimiento de ira, odio y amargura. Pues como bien lo sabe el que ha perdonado, es más sosegado vivir capaz de reírse y sonreírse, que vivir lleno de resentimientos.

“Oración del campesino en la lucha”, que dice al final: “Ayúdanos a amar aún a los que nos odian; así podremos cambiar el mundo.”